Nuestros «Cascos del Cielo»

La República Democrática del Congo (antigua colonia belga), es un país rico en minerales. Si solo consideramos el coltan, estaríamos refiriéndonos al producto más codiciado en el mundo moderno, ya que sin él no habría celulares ni plasmas.
Una idea social imperante proviene del hecho de que más de la tercera parte de los diamantes extraídos de sus minas llegan al mercado internacional ilegalmente, por lo que “El Congo” –como comúnmente aludimos a esta nación- podría ser tomada como una potencia económica mundial, pero de acuerdo con estadísticas internacionales, es segundo país más pobre de África.
Su pueblo, al que se le impulsó como unificador el idioma francés y en el cual existen más de 240 lenguas (la mayoría de raíz bantú), padece –entre otras cosas- por las disputas de décadas entre más de 40 grupos armados.
Así se entiende que la primera aspiración entre la población sea poder conservar la vida, la cual han perdido en estos años de guerra fratricidas unos 4 millones de seres humanos, siguiendo en sus aspiraciones: que las mujeres no sean violadas y sus chozas no sean destrozadas, mientras eluden diariamente la posibilidad de ser ejecutados a machetazos.
Los congoleños no acceden a educación pública; se estima que únicamente el cincuenta por ciento de los menores en edad escolar, han concurrido –por un tiempo indeterminado- a algún centro escolar privado.

Carecen de algo tan elemental como servicios de agua potable y son inexistentes las unidades deportivas y de recreo.
Desde hace veinte años la ONU mantiene el proyecto de pasificación MONUSCO en el territorio (por sus siglas en francés; Mission de l’Organisation des Nations unies pour la stabilisation en République démocratique du Congo).
Allí concurre un grupo de uruguayos que hacen mucho más que proteger a la población: la representación de las Fuerzas Armadas Uruguayas –ante tan gran peripecia- lleva a los niños congoleses a las escuelas y pagan sus matrículas, dan comida y agua, acercan diversión a los orfanatos, imparten clases de español, organizan partidos de futbol y procuran aportar a esos grupos lo que más puedan en amor, paz, conocimiento y esperanza.
Los rodea un pueblo que no alcanza a ver más allá de su dolor cotidiano.
Estas mujeres y estos hombres uruguayos dejaron detrás de sí, en otra geografía continental y de manera voluntaria, a sus familias.
Avanzando con la camiseta de Uruguay bien puesta y la bandera en la manga izquierda del uniforme, exponen sus vidas para dar ansias diarias a la atribulada existencia de esta sufrida población.
Ellos son y eso hacen los cascos azules uruguayos.
Nuestros “Cascos del Cielo”